Hace ya algún tiempo, decidí instaurar un peculiar ejercicio
de búsqueda de financiación para los participantes que tienen a bien formar
parte de los diversos talleres para emprendedores que imparto.
El ejercicio en cuestión es sencillo. Se trata de entrar en
una pollería, o cualquier otro tipo de comercio, con el que no tengas relación
alguna, explicar tu proyecto e intentar que el amigo pollero (verdulero,
camarero, cocinero, etc.) invierta en él.
Ese ejercicio lo implanté para que las personas que quieren
poner en marcha una empresa, se den cuenta de que existen muchísimas
posibilidades de encontrar financiación al margen de los bancos, y de los
conocidos. Y sobre todo para romperles el sentido común en ese aspecto.
La verdad es que la visita a la pollería genera cierta
inquietud entre los asistentes al curso. Incluso hay quién deserta del mismo
para no hacerlo. Otros lo ven como algo descabellado. ¿Por qué un pollero
invertirá en un negocio que no tiene nada que ver con el suyo?, esta es la pregunta
recurrente de muchos. ¿Por qué la gente invierte en acciones de Repsol o de
Endesa si no tiene ni idea del negocio del petróleo o las eléctricas? Respondo
yo casi siempre.
El día de taller en el que deben de reportar los resultados
de las visitas a la pollería, son días muy interesantes. Recuerdo especialmente
a una persona que al solicitarle el reporte, dijo que no había tenido tiempo de
hacer el ejercicio. Yo le solicité una disculpa pública, ante los demás
participantes del curso, por no haberlo hecho (no hacemos tareas, cumplimos
promesas), y al parecer, pedir disculpas no entraba en sus planes ya que se
levantó, y como si de un miura se tratara, salió a la calle, y por una de las
ventanas, comprobé que entraba en una tintorería cercana. Al volver nos dijo
que el dueño de la tintorería le escuchó, y quedaron para seguir hablando,
aunque finalmente no invirtió en aquella idea.
También se ha dado el caso de personas a las que el
“pollero” de turno ha hecho salir inmediatamente del establecimiento diciéndole
que estaba loca.
Pero hay casos de éxito, cómo el de un verdulero dispuesto a
invertir en una empresa turística, o la de un carnicero que ha invertido en una
empresa de mudanzas, y así varios casos más.
Aunque al principio pensé olvidarme del ejercicio visto
el grado de deserciones que el mismo generaba, la verdad es que la cosa
funciona. La misión del mismo, a parte de lo mencionado antes, obliga al futuro
emprendedor a hacer una serie de cosas que jamás haría en circunstancias
normales. Le obliga a pelearse con la resistencia de su cuerpo a hacer algo
así, y, por lo tanto, a entrenarlo para situaciones fuera de su sentido común.
Situaciones que, en la puesta en marcha y desarrollo de un proyecto, aparecen
continuamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario