Estás
trabajando y te das un golpe. Una
pequeña contusión sin importancia que te regala un hermoso cardenal.
Seguramente ni te duele, pero el color morado en el lugar donde te golpeaste te
recuerda el incidente.
Llegas
a tu casa, después de un día de duro trabajo. Te das una ducha rápida y cuando
te estás secando vuelves a ver de nuevo tu hermoso cardenal, que, como la flor de la amapola en un campo de
trigo, resalta entre la blancura de
tu piel. Al verlo recuerdas el incidente sin importancia que has tenido en el
trabajo, acabas de secarte y te olvidas, siempre
y cuando nadie te toque ahí.
Después,
con ropa cómoda, y, seguramente, rodeado de tu familia, te relajas.
¿Por qué cuento esto?
Oigo,
cada vez más, a personas que, dicen, son capaces de desconectarse del trabajo
al acabar la jornada. Que ,
por suerte, dejan todos los problemas
que surgen, en su actividad laboral, aparcados
en su puesto de trabajo en cuanto finalizan la jornada. Que llegan a
casa y se olvidan de lo acontecido durante el día, y que, dicen, no dejan que
su vida laboral se mezcle con su vida privada, con su intimidad, con su
familia.
No puedo estar más en desacuerdo. Y no solo en desacuerdo, si no que afirmo
rotundamente y con la mas absoluta solemnidad que eso es imposible.
¿Por qué es imposible?
La
respuesta es muy sencilla. No tenemos un
cuerpo para trabajar y otro para la vida privada. Cuando salimos del
trabajo podemos colgar el mono de trabajo, pero no podemos colgar un cuerpo y
coger otro. Perdone usted la evidencia, pero es que esto que es tan evidente
para muchas personas no lo es. Y si no, vuelva a mirarse ese lindo cardenal del
que hablaba al principio. Igual que ese cardenal se viene con nosotros a casa,
también se vienen las consecuencias de los problemas que hemos tenido. Ojo, no
digo que se vengan los problemas, que a veces también, digo que lo que nos llevamos a casa son las consecuencias y las cicatrices
que dejan en nuestro cuerpo y en nuestra mente las amarguras, las irritaciones,
los nervios, las taquicardias, los cabreos, la ansiedad, etc., que podemos
sufrir en una jornada laboral. También de la serenidad, la satisfacción, el
orgullo, la sonrisa que nos deja en nuestro cuerpo el éxito y el trabajo bien
hecho. Nótese que no hablo de los problemas y de los éxitos en sí, si no de sus
consecuencias en nuestro cuerpo.
¿Pero, y al revés? ¿Los problemas de
casa nos los llevamos al trabajo?
Sin
ninguna duda. Sobre todo porque nuestro cuerpo no sabe si está en el trabajo o
en la intimidad de nuestra casa. Y, además, como diría Punset, ni le importa.
Han fracasado infinidad de empresas y
proyectos por problemas en casa y han fracaso infinidad de familias y
relaciones por problemas en el trabajo.
¿Qué hacer?
Ser
conscientes de todo esto. De que es imposible desconectarse de los problemas en
el trabajo y en nuestra vida privada.
Además,
la pretendida “desconexión” no es la solución a los problemas. O sea, no los
soluciona. Y, por lo tanto, esos
problemas, por ínfimos que sean, siguen
haciendo mella en nuestro cuerpo y en nuestra mente día tras día.
Por
lo tanto, póngase manos a la obra, identifíquelos y acabe con ellos.
Los
de casa tienen prioridad, y más si son importantes.
Muy buena reflexión. Yo he pasado por estas situaciones. Una buena prueba son todos aquellos que en estas fechas de vacaciones son incapaces de abandornar el movil ó el portatil por si acaso llaman del trabajo, la familia, el vecino etc.
ResponderEliminarSomos esclavos de la tecnologia, que lejos de ayudarnos solo sirve par esclavizarnos. No estamos en la era de la comunicación sino de la gilipollez.